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Alfarería Aranda, un rincón de Arrabal de Portillo

Escrito por Super User on .

Alfarería Aranda

Arrabal de Portillo

Visitar el número 8 de la calle Reventón de Arrabal de Portillo implica retroceder en el tiempo varios siglos e impregnarte de una parte de la historia de este municipio y del oficio de alfarero.

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Con más de doscientos años de antigüedad, según afirman los que la moran, y aunque hoy es alfarería, antes que alfar, esta vivienda fue utilizada como casa de postas, posada e incluso secadero de achicorias. Cruzamos una trasera abierta de par en par y entramos en un amplio patio en el que al fondo se encuentra José María Sánchez Aranda “Baila” alfarero natural de Arrabal, aunque descendiente de la localidad segoviana de Vallelado que ejercerá como guía en esta visita. Cuando su familia llegó a Arrabal, hace más de cien años, los hornos ya estaban construidos y ellos fueron haciendo modificaciones para adaptarse a los nuevos tiempos. Según se nos cuenta, la alfarería de Baila es una de las varias que había en la manzana de la que forma parte la vivienda. A ella llegaban cargueros de Coca, de Segovia o de la provincia de Ávila para recoger las piezas y distribuirlas por esas zonas pues la forma de vender era distinta a la actual. No existía la venta directa al público sino era a los propios vecinos de la localidad que ocasionalmente compraban piezas para el ajuar familiar. Lo que llegaban a esta casa de postas eran esos cargueros. También había gente del pueblo que llenaba el carro de cacharros y se iban a venderlos a otras provincias como por ejemplo Burgos. Actualmente Baila lo vende todo directamente en su domicilio.

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Llama la atención la ingente cantidad de piezas que bien en la explanada del patio o en las dependencias que se ven a simple vista se encuentran almacenadas. Más aún las que nos esperan escondidas en aquello que no se ve y que iremos descubriendo. Accedemos en primer lugar a una sala donde a medio cargar se encuentra un carro en el que Baila va incorporando una a una las piezas finalizadas, ya secas, y dispuestas para su cocción en el horno de gasoil que está justo enfrente. Una de las peculiaridades de esta alfarería, a diferencia de otras, es que sólo cuece una vez al año, generalmente en septiembre. Allí se nos explica como la tradición alfarera de Arrabal data posiblemente de la Edad Media. Se nos relata cómo las antiguas yeseras que horadan el monte de Portillo después que minas de extracción de yeso fueron también alfarerías que posteriormente se trasladaron a Arrabal y como en Reoyo, pues así se denominaba hace siglos esta localidad, llegaron a coexistir hasta cuarenta y ocho alfarerías de las cuales sólo dieciocho perviven actualmente. Un poco de historia del pueblo que nunca viene mal para ambientarse.

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Es tal la variedad y cantidad de “cacharros” que se agolpan ante nuestra vista y pasan por nuestras manos que la conversación gira en torno a las diferencias entre piezas antiguas y actuales puesto que tanto las formas como las técnicas han cambiado acomodándose no sólo a las modas sino también a la utilizad. Por ejemplo el tamaño de los botijos o recipientes para el agua ha variado para adaptarlo a las medidas de los frigoríficos. Los diseños también han cambiado y como muestra, una de las diferencias entre las piezas antiguas y modernas es que en las primeras el baño de esmalte y lo que los alfareros llaman bizcocho no llegaba hasta la base de la pieza sino que se quedaba más o menos a la mitad, careciendo el resto del cuerpo de esmaltado o tratamiento alguno. Por nuestras manos desfila un rosario de artículos antiguos o modernos, algunos de ellos con una utilidad más ornamental que práctica: pucheros culones donde se hacían los cocidos castellanos, cazuelas de boina con base ovalada para su continuo movimiento al calor de las viejas chapas de las cocinas bilbaínas, bacinillas y orinales de barro donde nuestros antepasados se aliviaban de sus necesidades más personales, palmatorias para las velas, bebederos para el ganado, botijos, cazuelas, cazuelones, o potes para recoger la resina por citar algunos, componen el elenco de todo lo que ante nuestras atentas miradas se muestra.

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Accedemos a las instalaciones de la alfarería primigenia; aquella en las que los tornos se movían con los pies y las piezas se cocían en hornos de burrajo. El viejo torno ha sido sustituido por uno mecánico, y tanto la sala del horno en la planta baja como aquellas que hacían las veces de secaderos de las piezas previa cocción y que ocupan la primera y la segunda planta de ese edificio, son utilizadas junto con otras a lo largo y ancho de todo el solar para almacenar los miles de pizas que hemos podido ver en nuestro recorrido. Nos cuentan que el barro se sacaba de los tejares que hay en la salida hacia Valladolid, en la zona donde hoy se encuentra la Macetera. Ahí se cavaban cuevas al aire libre, alguna de las cuales aún hoy se puede observar y a pico y pala se extraía el barro que posteriormente se extendía por el suelo. Se araba haciendo surcos con un azadón para que se secara, luego se amontonaba y se cargaba en carros para trasladarlo a casa. Se metía en unas habitaciones y entre otros procesos, y con el fin de eliminar impurezas se acribaba. Cuando se endurecía un poco se cortaba, se hacían rollos y tras algún otro tratamiento se almacenaba hasta su uso para dar vida a una pieza de alfarería. Cuando éstas se moldeaban, se subían a los secaderos y se colocaban boca abajo hasta que el barro adquiría un color parecido al del hueso. De ahí al horno. Posteriormente se cocían durante 10 ó 12 horas en hasta que se comprobaba que estaban cocidas. Tras dos días almacenadas en el horno, periodo necesario para que se enfriaran, se sacaban una a una para guardarlas en almacenes, o cargarlas directamente al carguero que a la puerta esperaba para distribuirlas.

Por último bajamos por unas escaleras a una bodega donde hace años estaba la sede de una de las históricas peñas de Arrabal “La Campanera”. Presidiendo la misma, un cuadro del rejoneador Josechu Pérez de Mendoza.

Se podría contar mucho más de las piezas, de las técnicas o incluso del rincón que hoy hemos traído a esta página pero si hacemos caso a aquello de que “lo poco agrada y lo mucho cansa” con estas líneas se da una visión global y más que suficiente de lo que se quiere contar. Parte de las piezas que Baila tiene en su casa serán expuestas de manera permanente en el Aljibe que el Ayuntamiento de Portillo ha recuperado recientemente para el turismo de la localidad en lo que quiere convertirse en una especie de Museo de la Alfarería.

Juan J. Villalba Pinilla.

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